Enrique Santos Discépolo: Un obrero de la palabra.

Discépolo fue un creador magistral capaz de sintetizar en tangos de 3 minutos historias de amor y redención, de horror y oscuridad, de fe y desesperanza, de ironía y comedia. Es innegable que en aquellos personajes que creaba él aportaba su cuota de pensamiento, de escepticismo, como así también su esperanza.

Nicolás Cobelli

9/1/20215 min leer

2021, año del 120º aniversario del nacimiento de Enrique Santos Discépolo y 70º de su partida física. Digo física porque él fue esencialmente un ser metafísico que supo como pocos absorber e interpretar el dolor del mundo para plasmarlo luego en una obra inconmensurable, hoy bastante olvidada y aún postergada en su justa valoración. Dramaturgo, actor, cineasta, director, compositor y poeta. En todas estas disciplinas se destacó en mayor o menor medida. Pero fueron sin duda las de poeta y compositor sus facetas más ricas. Se lo suele recordar como una persona sufrida y deprimida, haciendo foco en la última etapa de su vida, la de Mordisquito, la de su ferviente militancia política y los ataques que recibió tanto física como verbalmente a causa de sus posiciones políticas durante los años del peronismo. Mucho se ha hablado sobre los boicots que sufrió y la enorme tristeza que lo llevó a la muerte. También se suele relacionar a ese hombre sufrido con su obra. Pero casualmente en esos años Discépolo no se dedicó a componer ni escribir tangos. Se dedicó al cine, el teatro y a la radio. La relación entre su tristeza personal y el dolor de sus personajes no es autobiográfica, al menos en lo que a sus últimos años respecta. Como tampoco existe relación biográfica entre él y sus tangos bufos como: Justo el 31, Chorra, Victoria o Esta noche me emborracho.

Enrique Santos Discépolo fue un creador magistral, capaz de sintetizar en tangos de tres minutos historias de amor y redención, de horror y oscuridad, de fe y desesperanza, ironía y comedia. Pero esto no quiere decir que sus letras correspondieran directamente a sus estados de ánimo, ni a sus vivencias. Es innegable que en los personajes que creaba aportaba su cuota de pensamiento, de escepticismo, como así también muchas veces de esperanza. Pero no era un poeta que aguardaba a las musas para sentarse a escribir. Fue un obrero de la palabra. Se sabe que demoró dos años en escribir la letra de Uno, una de sus composiciones más aclamadas. Pero para poder entender mejor de dónde surge este modo tan terrible de escribir y representar a estos personajes, es necesario remontarnos al grotesco criollo, género teatral creado por su hermano y tutor, Armando Discépolo, reconocido dramaturgo.

El grotesco criollo parte por influencia directa del grotesco italiano creado por el dramaturgo y novelista, premio Nobel en literatura: Luigi Pirandello. Este género se caracterizó por la exageración de sus personajes, —muy apoyados en la lógica de La Comedia del Arte—, se destacó por mezclar la tragedia con la comedia y lo absurdo con una profunda carga de existencialismo en sus tramas y en la psicología de sus protagonistas. Pirandello se inspiraba en personas reales de su Sicilia natal para escribir sus obras, individuos comunes y corrientes, como así también características de su entorno y de su tiempo. Esto mismo fue lo que hizo Enrique Santos Discépolo. Fue desde esa misma premisa de la cual partió para crear sus tangos. Todo lo que él volcaba en sus letras provenía de su propia manera de ver el mundo y las personas y personajes que habitaban aquella Buenos Aires de los años 20 y 30. Si bien no fue el único ni el primero en llevar los modos teatrales a las letras del tango —vale citar a Alberto Vacarezza o Roberto Cayol, quienes venían del mundo del sainete—, la hazaña discepoleana consistió principalmente en contar aquellas historias desde la primera persona y dotar a sus personajes de una psicología tan elaborada dramáticamente como ningún otro letrista de la música popular lo logró alguna vez. Algo similar haría desde la literatura el admirado Roberto Arlt, por eso no es casual encontrar similitudes entre personajes de ambos, como los de Erdosain de Los Siete Locos y el protagonista del tango Confesión de Discépolo. Luego encontramos el condimento final de Enrique, que era el estar dotado de una enorme sensibilidad, la cual le permitía transmitir el dolor de aquellos personajes como si él mismo lo estuviera viviendo. No hay frase que sintetice mejor este concepto que la que le dedicara su gran amigo Homero Manzi en el tango que le dedicó junto a Aníbal Troilo poco antes de que Enrique falleciera:

“Te duele como propia la cicatriz ajena” (Discepolín, 1951)

Esta frase —que es nada más y nada menos que el elogio a una virtud lo pinta de cuerpo entero. Un artista al cual los dramas humanos no le eran indiferentes. Un hombre de profundos valores morales y espirituales que expresaba su bronca por la injusticia, la traición, la corrupción política y moral de su época. Pero lo hacía con ironía, riéndose muchas veces de lo ridícula de la vida misma, de lo fatal e irremediable de la existencia. Pero él no fue un mero existencialista, en su obra hay un lugar privilegiado también para la redención. Sus personajes siempre buscan ser salvados, se preguntan dónde está Dios, se pelean con Dios, quieren creer en él, no abandonan la fe y hasta el peor de los canallas de sus tangos es tratado con piedad. Estamos hablando de un artista popular que se atrevió a introducir la dramaturgia, el pensamiento y la espiritualidad a un género musical popular de orígenes humildes y logró que millones cantaran sus canciones y silbaran sus melodías. Porque, como si fuera poco, compuso la música de la gran mayoría de sus piezas. Además de poseer un gran talento poético, también lo tuvo para crear las melodías indicadas que acompañaran aquellos versos.

Desde estas modestas líneas los invito a celebrar a Enrique Santos Discépolo y a redescubrir su tan preciada obra con este, tal vez uno de sus tangos más poderosos: Infamia. En la voz del gran Edmundo Rivero, acompañado por la orquesta del célebre pianista y compositor Héctor Stamponi.

Infamia (1941)

Música y Letra: Enrique Santos Discépolo

La gente, que es brutal cuando se ensaña,
la gente, que es feroz cuando hace un mal,
buscó para hacer títeres en su guiñol,
la imagen de tu amor y mi esperanza…
A mí, ¿qué me importaba tu pasado…?
si tu alma entraba pura a un porvenir.Dichoso abrí los brazos a tu afán y con mi amor
salimos, de payasos, a vivir.

Fue inútil gritar
que querías ser buena.
Fue estúpido aullar
la promesa de tu redención…
La gente es brutal
y odia siempre al que sueña,
lo burla y con risas despeña
su intento mejor…
Tu historia y mi honor
desnudaos en la feria,
bailaron su danza de horror,
sin compasión…

Tu angustia comprendió que era imposible,
luchar contra la gente es infernal.
Por eso me dejaste sin decirlo, ¡amor!…
y fuiste a hundirte al fin en tu destino.
Tu vida desde entonces fue un suicidio,
vorágine de horrores y de alcohol.
Anoche te mataste ya del todo y mi emoción
te llora en tu descanso… ¡Corazón!

Quisiera que Dios
amparara tu sueño,
muñeca de amor
que no pudo alcanzar su ilusión.
Yo quise hacer más
pero sólo fue un ansia.
¡Que tu alma perdone a mi vida
su esfuerzo mejor!
De blanco al morir,
llegará tu esperanza,
vestida de novia ante Dios…
como soñó.

(Fuente: https://www.todotango.com/musica/tema/160/Infamia/)

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