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En la Argentina se han escrito innumerables textos que reclaman para sí el nombre de filosofía. Se podría concebir a la nación como la encarnación de esa cadena de pensamientos hilvanados en torno de preguntas que insisten en permanecer irresueltas. ¿Qué es ser argentinos? ¿Cuáles son las formas más adecuadas de darnos una vida colectiva acorde a nuestros sueños? ¿Cómo se ha de asumir un destino emancipado en medio de paradojas y traiciones? Ese desafío ha instigado a las generaciones a arrojarse en la arena histórica en busca de una patria soberana.

Anudadas, tragedia y ventura han decidido nuestra suerte a lo largo de los siglos. Pero para formular esos dilemas hacían falta grandes textos. El mito gaucho de Carlos Astrada es uno de ellos. Acaso sea la obra que con mayor precisión formuló los nudos conceptuales que alumbran un derrotero posible del enigma argentino. La épica del gran poema nacional, el Martín Fierro, hablada en la lengua de la más alzada filosofía del siglo, sustancia una reflexión fundamental que en su deriva constituye al sujeto político de la liberación. El mito gaucho es, pues, un clásico de la filosofía argentina, porque articula la interrogación sobre qué es esa frágil entelequia por la cual advenimos a la historia como sujetos individuales y actores colectivos y ofrece un tipo de solución mitológica -y, por lo tanto, eterna y universal-, en una lengua épica que fulgura señalando un horizonte reflexivo, un sendero a ahondar para recuperar la potencia de nuestro ser en el mundo.

Esta edición crítica, que consideramos definitiva, repone sus claves de lectura del alma nacional no sin actualizar su dramático llamado a asumir nuestro kairós.

Guillermo David

El mito gaucho

Para un pueblo, toda posibilidad de grandeza surge de un gran comienzo, de un impulso inicial, de la tensión de un esfuerzo heroico como punto de arranque de la parábola de un destino. Una promoción humana ejemplar infundió un día aliento de eternidad en una creación colectiva, volcó en el molde del tiempo un programa de vida, una plenitud anímica, aproándolos hacia el futuro a la conquista de gloria y de florecimiento. Así surgió una imagen viviente: la patria. De esta creación y su sustancia vivirían los hombres, y puestos los ojos en ella, llevándola adentrada en el alma, afrontarían en común el sacrificio y el esfuerzo, la vida y la muerte”.

Carlos Astrada.

Hermano Discepolín

“La dimensión —pétalo y espina— de Enrique Santos Discépolo, no tiene parecido. Es una verdad que escapa al cálculo. Casi limita con el accidente. Con lo hermoso de su feísmo. Bueno, hasta la crueldad. Con el ropaje de su desnudez absoluta. Con su pobreza millonaria. Confundiendo la risa con la mueca. En una descarnadura hasta el dominio del hueso. Torturándose. Placer de su dolor impar, encerrado en las llaves del paréntesis de “su talento enorme y su nariz”. Diminuto e inmenso. Inventor de sí mismo. Acertando hasta en el error. Mágico de migas esdrújulas. Convencido de la verdad que dijo un día de lluvia y sin pan: “Yo soy otro”. Fue cuando nos dijo que era él. ¡Así! Con dos manos sin carne para sembrar un credo. Y una voz de clavo. Y un mirar descalzo. Fabulosamente fabuloso. Crédulo como un perro sin nombre y sin amo. Con sed de hambre. Y, además, flaco. Como un flaco". Julián Centeya.

El puchero misterioso:

“El puchero misterioso es el segundo libro de su trilogía «de fragmentos» que trae a cuento lo de las técnicas de recordar. […] Lo de fragmentos, hay que repetirlo, hace al engaño de que uno se va a encontrar pinchado de aforismos, entre máximas y otras zonceras, o alivianado de frases levantadas por ahí. Nada de eso, porque lo fragmentado en este caso va construyendo una manera de relato con un sentido, una mano única que te lleva al subtítulo poderoso: «plagios, simulacros, embustes y otros ademanes peronistas». Lindo sayo para el que le quede”.

Sergio Kiernan para Página/12.

plagios, simulacros, embustes y otros ademanes peronistas.

Carlos Astrada:

Escritos escogidos. Artículos, manifiestos, textos polémicos.

Tomo I [1916-1943]

La presente compilación de artículos, manifiestos y textos polémicos de Carlos Astrada se ofrece a modo de reposición y acto de justicia ante la obra de uno de los nombres propios de la praxis filosófica argentina e indoamericana. Los 108 textos reunidos, de los cuales unos 25 habían pasado inadvertidos por la crítica, permiten profundizar en algunos de los momentos clave de la historia política, cultural y filosófica de la primera mitad del siglo XX argentino —anti-positivismo, juvenilismo reformista, vanguardismo, existencialismo, nacionalismo—, que Astrada procuró transitar con la autonomía intelectual que siempre caracterizó su obra y vida.

Mensajes de advertencia grabados en nuestros fósiles

"El silencio es universal y profundo. La época prohija palabras estériles. ¿Qué hace el poeta, pescador de palabras, ante tamaña futilidad? Enciende un fuego circular.

Los poemas de Jonás vindican el Oikos. Como Eneas, que recogió sus penates de la Troya incendiada, Jonás trama una lengua protectiva, un refugio, que no deja ser intemperie (sin fin). El reverso de la política. Ni hacer algo por alguien (moral) ni hacer algo con alguien (polis), porque, absolutamente todo, es campaña yoica. La pasión ideológica es cómica petulancia. Flatus vocis. Jonás es mordaz, pero aunque disimula su vieja fides, las heridas —las vemos—, como las que producía la lanza de Aquiles, no cicatrizan. Estamos, acaso, ante poemas humanos escritos para una posteridad posthumana. Fósiles. Imágenes de la intimidad: Jonás es un soñador de moradas. “Oh nostalgia de los sitios que en la hora que pasó fugitiva no amaba yo bastante” (Rilke). ¿Modernismo reaccionario? En realidad, penumbras discepolianas y dejos patafísicos, macedonianos. El profeta en el desierto y los sacerdotes del orden.

Ya no hay banderas que ardan en los corazones, hay posteo, chamuyo, pose. La nostalgia es antídoto (y retiro) ante el desvarío y la politización vacua. Ella atesora no solo la conclusión chejoviana: ”Hay que vivir”, sino un amor a la vida que da lugar a las pequeñas y grandes virtudes del léxico familiar. Acaso la felicidad oikológica del peronismo.

Jonás escribió poemas oikológicos".

Leonardo Eiff.

Nietzsche, profeta de una edad trágica

“Nietzsche es un reactivo poderoso, un incitador de alta potencia sugestiva en todos los intentos del hombre contemporáneo por afirmarse en la plenitud de su ser y hacer, por señorear todas las rutas que se abren a sus posibilidades vitales como otros tantos incentivos para su esfuerzo ascendente y creador. Todavía hoy, la voz y el pensamiento de Nietzsche nos llegan como un claro alerta para que desconfiemos de las grandes palabras que velan al individuo su destino auténtico y también de aquellas otras con que se oculta e intenta falsificar la realidad del proceso histórico, encubriendo los intereses y apetitos que mueven a los grupos sociales, clases, confesiones. Nada más indicado, pues, en esta turbulenta actualidad que vivimos, que releer a Nietzsche, que tornar a su pensamiento orientador”. Carlos Astrada.

Desde el infierno urbano

“Una reflexión profunda, sin toma de posiciones ni enjuiciamientos, sobre cómo vivimos lo urbano, sobre sus laberintos y trampas, sobre los dolores y alegrías que nos atraviesan como residentes, así como también nos convoca a considerar aspectos oscuros y valorables de la condición humana”. Marcela Indiana Fernández.

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Conocí un obrero rural en la zona de Buratovich, militante sindical, que durante la dictadura había sido secuestrado, torturado, y devuelto a tiempo para la cosecha de la cebolla. Un duro. Jamás se quejó. Le daba pudor hacer de eso un tema. Simplemente lo consideraba algo natural si se anda en los campos organizando a la gente. Tan natural como pasar frío o hambre.

En el año 2002, a poco del estallido social y el derrumbe de la Argentina que lanzó a millones a la miseria, se realizó una exposición sobre Ernesto de la Cárcova en el Museo Nacional de Bellas Artes que fue visitada por un grupo de piqueteros. Hay registro fílmico; la secuencia es impresionante. Los desarrapados irrumpen con los rastros que el dolor les ha impreso en el cuerpo; son la copia exacta de Sin pan y sin trabajo frente al cual se detienen como ante un llamado. En un momento, uno de ellos pasa su mano callosa sobre la superficie; una mujer, muy humilde, empieza a hablar: «las caras tienen el mismo dolor que nosotros», dice, y pone ante la cámara el puño crispado de frustración imitando al cuadro. «La mujer le da de amamantar al hijo porque cuando no hay para comer es lo único que sostiene la vida» —argumenta. Cosas así. Un recordatorio de que el pasado nunca lo es del todo. Del otro lado un retrato de Mitre, algo melancólico, mira.

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Carlos Astrada
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